domingo, 10 de junio de 2007

MERCEDES MADRID: EL CUADRO DE LA SEMANA. EL BAÑO DE DIANA, DE F.BOUCHER

El baño de Diana de F.Boucher, 1742. Óleo sobre tela, 73 x 56.  Museo del Louvre.

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La escena representada se inspira en el pasaje de Ovidio (Metamorfosis,III, 155-252) en el que la diosa y sus ninfas se toman un descanso en el valle beocio de Gargafia para bañarse después en las aguas de un recóndito manantial. El tema había sido ya tratado en numerosas ocasiones desde la Antigüedad, si bien el momento elegido casi siempre tenía que ver con el castigo de Acteón por haber visto, a su pesar, a la diosa desnuda. Pero nada en la escena pintada por Boucher presagia la tragedia sino que en ella se respira sosiego y paz: una ninfa (Boucher hace omisión de las otras que menciona Ovidio), después de desvestir a la diosa, se ha desnudado también y descalza a la diosa fatigada que no presta atención a las piezas que ha cazado ni al arco que está junto a ellas (ángulo inferior derecho), tampoco al carcaj del que sobresalen las flechas (ángulo inferior izquierdo), ni a los dos perros que están junto al manantial (en segundo plano a la izquierda): uno tranquilamente sacia su sed, pero el otro levanta la cabeza como olfateando algo, convirtiéndose así en el único detalle que pone en la pista de que cerca debe estar el desgraciado cazador tebano. Pero, salvo por este guiño, Boucher representa una escena idílica donde hay plena armonía entre los personajes y la naturaleza ya que los azules de los ropajes se combinan con la gama de verdes de la vegetación y con los rosas nacarados de los desnudos femeninos a los que ilumina suavemente una luz que proviene de la izquierda
Nada, pues, en este cuadro recuerda la crueldad y el carácter hosco y salvaje de una diosa tan intratable y tan celosa de su virginidad como Ártemis. Es más, si no fuera por el título y la presencia de los atributos que le son propios, nadie diría que esta encantadora jovencita que se quita descuidadamente un collar de perlas es una divinidad olímpica como indica la media luna que adorna su cabello y que la identifica como Diana (ya en la Antigüedad consideraron a Ártemis la personificación de la Luna que anda errante por los montes, en correspondencia con la identificación de Apolo, su hermano gemelo, con Helios, el Sol). No hay en esta obra ningún rastro del tono heroico ni de la grandeza de la pintura mitológica tradicional, sino que todo es pequeño como en una filigrana, desde las dimensiones del cuadro al tipo de caza: un conejo y unas perdices (caza menor indigna de un cazador que se precie acostumbrado a vérselas con jabalíes y leones)
Este cuadro fue expuesto en el Salón de 1742 y es considerada como una de las más grandes obras maestras del pintor. Renoir la menciona como uno de los cuadros que más le habían seducido y en 1852 Manet la copió. Su referente claro es la obra homónima de Watteau (1715) y en ambos se puede observar igual rechazo intencionado de los modelos clásicos que regulaban tradicionalmente las proporciones en la construcción artística de los desnudos 

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La pose de la Diana de Watteau, secándose un pie, contradice todos los esquemas iconográficos heredados del mundo clásico. De igual manera las proporciones anatómicas se saltan cualquier canon: los brazos son demasiado largos, las caderas demasiado anchas y la cara demasiado pequeña; sin embargo, la belleza tranquila de la diosa y la luz de su carnación, que irradia la naturaleza que la rodea, le confieren un gran encanto.
La sensualidad y la gracia de la Diana de Watteau se multiplica en la de Boucher, que igualmente se aleja de toda belleza canónica y de las normas ordenadas por los Antiguos, pero cuya pose seductora encarna la quintaesencia de la feminidad, con un rostro todavía sumergido en la juventud, como señala Orietta R. Pinelli, pero con un cuerpo ya pletórico del erotismo inconsciente de sus curvas flexibles. Esta Diana representa el modelo de belleza femenina que adora la Francia de Luis XIV y que está presente en toda la obra de Boucher, el artista preferido de Mme de Pompadour, y del que se ha dicho que es el pintor de la gracia y del gozo de la vitalidad. En sus desnudos femeninos, totalmente ajenos a la serenidad, ni la belleza ni el pudor visten la desnudez, sino que sus diosas, ninfas, nereidas y otros personajes femeninos desnudos son ante todo mujeres desvestidas y nadie hasta ese momento las había desvestido con mayor gracia y seducción que él.
La pintura de Boucher, como antes la de Watteau y después la de Fragonard, encarna el cambio de mentalidad que se produjo en esta época en la cultura europea y que afectó a la jerarquía de los valores tradicionales, empujados por la ola de laicidad y la influencia de un pensamiento científico y materialista que encarnan la idea de progreso. Con estos pintores las imágenes perdían su facultad de transubstanciación, su capacidad de transmitir valores morales y cívicos a un público por educar, lo que los intelectuales conservadores consideraban un desastre, en la misma medida en que los partidarios del Siglo de las Luces estimaban un beneficio. Les quedaba, por otra parte, la facultad de evocar, de excitar y de seducir a un público entregado conscientemente al juego del erotismo más explícito, aunque siempre sofisticado y ajeno a toda vulgaridad. Las invenciones  innovadoras y la llamada a los sentidos a través del color, la luz y los espejos fueron los instrumentos elegidos por el arte Rococó para exorcizar el aburrimiento que no estaba provocado por ninguna otra cosa más que por el fin de las pasiones. Con la representación de las carnes jóvenes, suaves y nacaradas, que evocan más o menos explícitamente los juegos y placeres del amor, estos tres pintores celebran el lento pero inexorable declive de la auctoritas del poder religioso sobre los individuos, al menos en las altas esferas de la sociedad, en nombre de una participación empática con el mundo de los sentidos y los deseos.

Comentarios.-

      Junio 12th, 2007 @ 17:57 e

      Hola, Mercedes.Un gran acierto los cuadros que comentas y con un gran contenido, pero el de esta semana me ha gustado en especial por la sensualidad de sus figuras. Te sigo leyendo. Un abrazo.
   4. Mercedes Dice:
      Junio 13th, 2007 @ 9:41 e

      Gracias, Isabel. Mi experiencia es que el rococó siempre gusta mucho en clase, empezando por el nombre que nunca se les olvida
   5. Susana Dice:
      Junio 14th, 2007 @ 23:57 e

      jeje, hola! Mercedeees me alegró sobremanera verte allí en la puerta al salir de uno de esos crueles examenes! La pena para mi fue que luego tenía otro y no pude hablar contigo mucho más.. pero fue toda una sorpresa :)
      El examen de griego q lo hemos hecho hoy a las 4 ..ha sido un poco caótico, cruzo los dedos por morfología
   6. Dolores Dice:
      Junio 15th, 2007 @ 1:48 e

      ¿A qué ojo pretendía encandilar Boucher? Sin duda, a un ojo un tanto libertino,muy sensual, acostumbrado a mirar y saborear las dulces sensaciones que le llegaban desde un mundo suave, lujoso, ilimitado en su capacidad de goce sensorial. Creo que aquí el tema es fundamentalmente un pretexto para el disfrute, como la Maria Antonieta de Coppola, rodeada de helados, zapatos, dulces… Un exceso sólo apto para libertinos con mucha densidad de sangre azul.
   7. vigi Dice:
      Junio 15th, 2007 @ 11:10 e

      Buen blog
   8. Mercedes Dice:
      Junio 16th, 2007 @ 21:29 e

      Como siempre, Dolores, tus apostillas van directas a lo que dejo en la recámara. ¡Poco imaginaban estos libertinos lo que se les venía encima! Espero que en el cuadro de la próxima semana quede claro a quiénes correspondían los ojos Boucher pretendía encandilar.
      Gracias, Vigi
   9. mariana Dice:
      Noviembre 19th, 2008 @ 2:34 e

      ps que digamos que el libro esta interesan te no le falta demasiado y aparte no encuentro lo que yo busco

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