domingo, 20 de mayo de 2007

MERCEDES MADRID. EL CUADRO DE LA SEMANA . ANDREA MANTEGNA :EL PARNASO.

Antes de iniciar el comentario del cuadro de esta semana, quiero transcribir unas frases con las que una persona, gran conocedora de la Historia del Arte, enriqueció el referido a la Flora de Tiziano: “¿Y qué hay de la fantástica iluminación de la figura femenina sobre el fondo negro y plano? Es un primer plano que tiene efectos de realidad devastadores. Efectivamente, es humana, demasiado humana.”

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Andrea Mantegna: El Parnaso, 1497 (temple sobre tela, 150 x 192). El Louvre, París
A esta obra se le dio en el s.XIX un título, a primera vista, un tanto inexplicable, debido tal vez a la presencia del coro de las nueve Musas y a su semejanza en la composición con los cuadros de otros pintores (Rafael, Poussin, etc.) donde realmente este título parece el apropiado. Como se sabe, el monte Parnaso está intímamente ligado a Apolo desde que el dios decide apoderarse del oráculo que Gea (o Temis) tenía en la ladera de este monte, en Delfos, y eregir allí su santuario y su famoso templo. Las Musas, especialmente las del Helicón, se colocaron bajo el patrocinio de Apolo, puesto que fueron las primeras de entre todos los olímpicos que respondieron con sus bellas voces al tañido de la lira del dios, y desde entonces comparten con él el patronazgo sobre la poesía y el dios dirige sus coros en el bosque del Helicón y en las fuentes del Parnaso (Fuentes: Himnos Homéricos III y  XIV, Ilíada I).
Pues bien, en esta obra de Mantegna están las Musas bailando al son de la lira que tañe Apolo, pero el dios no ocupa el lugar preferente que le correspondería, como ocurre con los restantes Parnasos, sino que en éste presiden la escena, en lo alto de un arco de piedra, Ares y Afrodita, entrelazados amorosamente y delante de un lecho. ¿Cómo explicar la relación de esta pareja con la danza de las Musas? Pero ésta no es la única aparente incoherencia del cuadro, porque en primer plano a la derecha aparece Hermes con el caballo Pegaso sin que en la mitología clásica haya ningún pasaje que los asocie especialmente entre sí, ni a ambos con Ares y Afrodita. En cambio, es de sobra conocida la relación de esta pareja con Hefesto que aparece en su fragua, al fondo a la izquierda, señalando con el dedo acusador del marido vejado el adulterio de los dos amantes, mientras un pequeño Eros le dispara con una especie de cervatana.
La asociación de todos estos dioses en una misma escena no responde a ningún pasaje de la mitología clásica ni a ninguna fuente literaria de la Antigüedad. Estamos, pues, ante uno de esos casos en que para comprender un cuadro no basta con identificar a sus personajes, sino que es necesario conocer también el momento histórico y las circunstancias que rodearon el encargo que se le hizo al pintor.
El cuadro que nos ocupa es un claro ejemplo del uso metáforico de la mitología clásica, en este caso, ad maiorem gloriam de la destinataria que lo encargó: lsabel de Este, esposa de Gian Francesco Gonzaga, duque de Mantua. Mantegna debía decorar su studiolo (uno de esos gabinetes privados de la época destinado a la meditación y el estudio) y era costumbre que la decoración de estas estancias fuera acorde con la función de las mismas y estuviera en consonancia con la personalidad de su propietario. Sabemos que la joven duquesa de Mantua era una mujer erudita, amante de los textos clásicos, de la música y la danza y, sin duda, Mantegna debió recibir de ella instrucciones muy precisas sobre el tema y la realización de esta obra.
El cuadro es, pues, según el estudio de Silvia Beguin, una alegoría de la corte de Mantua donde se celebra la unión de los jóvenes duques, que son los que presiden la escena transfigurados en Marte y Venus. Gian Francesco era un gran militar, de manera que el dios de la guerra era el más idóneo para encarnarlo, mientras que Isabel era una mujer culta y amante de las artes, por tanto, la diosa de la inteligencia hubiese sido la más apropiada para ella y de hecho así fue en el otro cuadro que el pintor realizó para la misma estancia (Minerva expulsando a los Vicios del jardín de la Virtud). Pero en este caso era necesario presentar a una pareja divina unida por el lazo amoroso, lo que resultaba imposible con estos dos dioses. La vocación por la virginidad de Atenea y su repugnancia a la relación sexual son rasgos esenciales de su naturaleza, y por lo que se refiere a Ares, sólo admitía como pareja amorosa a Afrodita, dada la pasión de sobra conocida en toda la tradición clásica que esta diosa despertaba en él. De ahí que a Mantegna no le quedara más remedio que colocar junto a Marte a esta diosa, si bien presentándola como una amante esposa, al estilo no de la Afrodita griega, sino de la mucho más recatada Venus romana, y como una diosa, además, amante de las artes, para  lo que se valió del recurso de colocar a los pies de la pareja a Apolo y al coro de las Musas. Es cierto que la presencia de Vulcano parece poner en tela de juicio la legitimidad de la unión, pero hay que pensar que, dada la gran popularidad que alcanzaron los amores adulterinos de Ares y Afrodita y la trampa que el marido burlado les tendió, desde que con tanto detalle los cantara el aedo Demódoco en el canto VIII de la Odisea, la referencia al dios de la fragua era casi inevitable. Pero se observará que aparece en un plano muy secundario y como anulado por el gesto de Cupido, cuya presencia, a modo de activo escudero junto a los amantes, parece proteger y bendecir el amor de la pareja, fruto del cual no hay que olvidar que nació Harmonía.
Y en armonía con esta interpretación está el simbolismo de las plantas y flores que rodean a Marte y Venus: mirto (flor de Venus), limones y membrillos (plantas asociadas al matrimonio) y laurel (evocación de la poesía y la victoria). Y lo mismo ocurre con los colores de los ropajes del lecho: azul, rojo y blanco, precisamente los de las familias Gonzaga y Este. Por último, la posición destacada de Pegaso y Mercurio corresponde a la representación, respectivamente,  de la constelación y del planeta que presidían el día de la boda de los jóvenes duques.
La finalidad de esta obra, por tanto, no era representar una fábula mitológica, sino fundamentar una visión del mundo y la de los príncipes que lo gobiernan, sirviéndose para ello de una lectura simbólica de la mitología clásica tan típica del Renacimiento
Y para acabar, una última reflexión: este cuadro es también un ejemplo de hasta qué punto a veces el título de una obra, que en muchas ocasiones no se debe al autor, puede distorsionar la comprensión de la misma.

Comentarios.-

  1. Isra Dice:
      Mayo 21st, 2007 @ 23:01 e

      Como siempre, Mercedes, magnifica explicación.
   2. Merche Graciá. Dice:
      Mayo 22nd, 2007 @ 19:47 e

      Gracias por ser tan generosa y hacernos disfrutar del arte.
   3. Mª Teresa Cases Dice:
      Mayo 23rd, 2007 @ 21:24 e

      Un comentario muy interesante. Me encantaría que siguieras con cuadros como éste que de alguna manera dan una nueva y transgresora lectura de la mitología
   4. Isabel Pérez Dice:
      Mayo 24th, 2007 @ 19:28 e

      Hola, de nuevo, no he olvidado tu cita. Un comentario espléndido y muy interesante. Yo conocía la obra y reconocía los personajes,pero siempre tenía la sensación de que no llegaba a entender qué estaba realmente diciendo el cuadro. Ahora me ha quedado todo claro.Hasta la próxima semana.Besos.
   5. Mercedes Dice:
      Mayo 25th, 2007 @ 12:48 e

      No sé si sabréis que éste es mi estreno en la red y me he dado cuenta que hay en ella algo que me encanta y es poder comprobar de forma inmediata que hay alguien al otro lado. Eso no pasa cuando escribes un artículo en un periódico o un libro. Así que, os agradeco mucho vuestros comentarios, son un gran estímulo
   6. Mª José Hernández Espinosa Dice:
      Junio 5th, 2007 @ 20:45 e

      Hola, me parece magnífico. Aquí ya nos introduces en preguntas importantes ¿por qué la necesidad de “lo clásico” para “fundamentar” ese mundo posterior?. Hay un cuadro fascinante que me gustaría comentaras: Venus, Vulcano y Marte de nuestro Tintoretto, porque actualmente está colgado en el Prado. Muchos más besos. Mª José.
 



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