Hemos visitado las exposiciones de Alejandro Magno y del pintor Jean Léon Gérôme en Madrid.
Es curioso que haya sido Madrid el lugar donde de nuevo, aunque desde la distancia, hayan vuelto a encontrarse Alejandro y Diógenes El Perro, mi filósofo por excelencia, con el que pude dialogar desde muy
cerca.
Me impresionó el dominio de la luz y la fuerza del dibujo de los rostros de este pintor francés obsesionado y apasionado por pintar la historia, y sobre todo la Antigüedad Clásica.Y pude observar por primera vez in situ su pintura Cave Canem
y leer el titulus pictus que me viene a la mente cuando en nuestro taller de Escritura Antigua mostramos la similitud de los collares de esclavo y perro romanos y Amparo habla del famoso mosaico Cave Canem a los alumnos que visitan la Domus.Ya sé que su cuadro Pollice Verso es el más conocido y famoso con las Vestales furiosas pidiendo la muerte del retiarius derrotado, suplicando clemencia, y también a mí me fascinó y me detuve durante mucho tiempo observando la luz intensísima que resplandecía desde el casco del mirmillo y que hería mi mirada y me arrancaba el aliento.
Pero lo que jamás podré olvidar es la belleza del rostro de su Tanagra
y la madurez de la expresión del busto de Sara Bernhardt.
En cuanto a la exposición de Alejandro Magno, extraordinaria, me permitió ver el sol del león esmaltado de las Avenida de las Procesiones de Babilonia y las jugosas tablillas cuneiformes.Y aún tuve tiempo para volver a las pinceladas gruesas de Velázquez y Goya, en el Prado, y al Solana del Sofía, donde pude contemplar unos excelentes dibujos a tinta sobre papel de Horacio Ferrer
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